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San Valentín y el difícil arte de regalarþ... (UN REGALO POR SAN VALENTIN Y CONTRA SAN VALENTIN DE ABIGAIL, DESDE BUENOS AIRES...)

En una semana es San Valentín, el día mundial de las cajas con forma de corazón; de las promociones para dos en restaurantes con velas y de la venta de rosas rojas en todas las esquinas. Es que, aunque originalmente se trate del día de los enamorados, el 14 de febrero es, sobre todo, una fecha que los comerciantes hicieron suya, imponiendo -como en Navidad, día del niño y fechas varias (¡en Argentina hasta existen "la semana de la dulzura" y el "día del amigo"!)- la exigencia de regalar. Vivimos en un mundo en el cual está pautado cuándo se da regalos y cuándo se los recibe, sin importar que uno no tenga ganas -precisamente en ese momento- de ponerse a elegirlos, ni tampoco de agradecerlos con la sonrisa que corresponde.

Esta exigencia de regalar no viene sola. Viene convenientemente acompañada de una oferta extensísima de mercancías (de todos los precios y colores) que pueden cumplir la función de agasajar al otro: desde tarjetas virtuales y físicas, pasando por prendas de vestir y accesorios, llegando hasta joyas, viajes por el mundo y -sí: algunos son privilegiados- automóviles. 



Pero, no obstante la cantidad de opciones, elegir es un asunto delicado. Elegir un regalo habla tanto de uno como "regalador", como de la percepción que tenemos de la persona a la que le elegimos el obsequio. Es por eso que, a veces, un regalo es motivo no de deleite y agradecimiento, sino de enojo más o menos velado.  

Vayan algunos ejemplos. Están aquellos que regalan lo que ellos quieren, no lo que el otro desea. Y eso se nota. Son los "autorregaladores", los capaces de comprar un libro que ansían leer sólo para conseguirlo luego prestado del otro (que se sentirá, naturalmente, obligado a facilitárselo). Dentro de este grupo, hay quienes tienen intenciones un poco mejores, porque regalan lo que ellos quieren pero para el otro. Es decir: en vez de lo que el otro quiere para sí, lo que a ellos les gustaría que se pusieran, usaran, leyeran, etc., independientemente que esto coincida con su gusto. Estos últimos son regalos que suelen fallar, pero que no ofenden como en el primer caso. 

Hay otros que regalan cosas que de tan dulces, empalagan. Ositos de peluche, tarjetas que juran amor eterno e incondicional, pasacalles públicos con mensajes para el ser amado. Lo que ocurre es que -en general- un meloso atrae a otro meloso y por eso estos regalos se intercambian entre personas que participan con dicha creciente de una escalada de amor melifluo. Lejos de ver los regalos que se hacen como cosas cursis, los exponen a la vista de todos para compartir con el mundo la alegría de mantener una relación tan intensa, única y especial con otro ser humano absolutamente maravilloso.

También están los regaladores que, por falta de tiempo o de imaginación, dan dinero. A veces incluso sin sobre, a veces incluso sin decir "lo hice porque quería que eligieras lo que te gustara". Simplemente, cumplen con su gesto como si liquidaran un trámite más.                                                   

Pero no es todo. Un grupo particularmente enojoso es el de quienes nos regalan lo que les regalaron a ellos. Uno suele darse cuenta por el envoltorio maltratado o por la reticencia de la persona en revelar dónde compró el presente. Dentro de este equipo, están además los que nos regalan algo comprado de oferta o, incluso, en una segunda selección. También a estos los reconoceremos por el sudor penoso que bajará de sus sienes al respondernos dónde queda el negocio. Si queremos que escarmienten, si la actitud al regalar se viene repitiendo desde hace rato, no hay que dejar de aplicarles esta pena en forma de preguntas inocentes.

Aquí en la editorial hicimos un debate y, entre los peores regalos que oímos, decidimos que están los superprácticos (como perchas, pañuelos insulsos y -juramos que se trata de un hecho real- el caso de un insecticida para Navidad), hasta los que imponen una obligación, como los atrevidos que nos caen, sin consultarnos, con una mascota (perro, hámster o canario) para empezar a cuidar de aquí a toda la vida. Y entre las peores formas de regalar, no nos decidimos si es más desagradable que nos regalen con notable desinterés, haciendo ver que no hubo la menor gana en regalar y que ni siquiera se eligió el regalo, o quienes están tan satisfechos de lo que eligieron para nosotros que nos hablan más de media hora y con todo detalle de las bondades del objeto en cuestión. Algunos incluso no dejan de mencionar el alto precio en que han incurrido cuando ven que -con los minutos- que nuestra atención agradecida va mermando. Para ellos, lo que es más importante de todo es que valoremos su gesto todo lo humanamente posible. 

Lo dicho: la conclusión es que regalar es un arte difícil. La pregunta que queda es ¿cómo les va a ustedes con esto? ¿Qué creen que dicen los regalos de quien los regala? ¿Cuál es el regalo más feo-más feo que han recibido? ¿El más cursi? ¿Y el más inútil? ¿El más "excesivamente práctico"? ¿Qué obsequio tuvieron ganas de tirarle al regalador por la cabeza, pero se ataron las manos antes? ¿Y cuál es el mejor regalo que recibieron? ¿Cuál creen que es la fórmula de un buen regalo, esas cualidades que hacen que un obsequio haya dado en el clavo y sea memorable...
ABIGAIL
"Tener grandes ideas es excelente, transformarlas en realidad una virtud" EL SUPAY LOS MALDICE Y LES ENVIA ESTE VALENTIN SEXO, CORRUPCION Y PERVERSIONES INCONFESABLES A LAS PAREJAS QUE GOZEN DE LA NOCHE ESTE DIA DE LA AMISTAD, QUE LUCIFER LOS ACOMPAÑE Y QUE SUS FANTASIAS MAS RETORCIDAS SE REALIZEN, UN BESO FRANCES PARA TODAS..... JAJAJAJAJAJAAAAA!!!

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