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SUPAY-666

El ojo único, por Carlos Enrique Saldivar (poesía) ...Gracias al blog: http://www.forjadores.net

Cuento escrito por Carlos Enrique Saldivar

Maestro de la Sorpresa: la improvisación con el final más inesperado

[De esta improvisación se ha hecho una versión en cómic que puede descargarse aquí

¿De quién es el ojo único que misteriosamente ha aparecido entre los hombres? ¿De quién será el ojo único de ahora en adelante? ¿Quién tiene derecho a reclamarlo como suyo?

Hola, ojo, ¿cómo estás?
¿Puedes verme? ¿O sólo eres un ojo ciego
como el ojo izquierdo de la mayoría del mundo?
Creo que no puedes vislumbrar mi rostro.
Mejor. No necesitas reconocer a tu Dios.

Existe un ojo que me atenaza,
que mi espíritu carcome con voracidad.
Es la visión de algo,
el ojo incierto de la oscuridad.

Coleccionista de ojos desde niño,
siempre disfrutó el extraer los ojos
de las más apasionantes formas de vida.
Se especializó en ello con el pasar de los años.
Una actividad secreta, masturbatoria.
Le quitaba los ojos a los animales y los ponía en frascos.
Los conservaba para siempre en una sustancia especial.
Nunca olvidará cuando le quitó ambos ojos a la ballena.
Fue una experiencia grandiosa.
Las cosas transcurrieron así por mucho tiempo hasta que llegaron a aburrirlo.
Entonces comenzó con las personas.
Era justo eliminarlas primero.
Sin dolor, era necesario, luego se hacía con sus ojos.
Las cuencas vacías desbordaban pesadillas mortíferas.
Sus actos eran los de un artista en plena efervescencia de su talento.
Volvió locos a los detectives por largo tiempo.
Aún los sigue preocupando.
Saben que nunca atraparán al coleccionista de ojos.
Lo hizo desde niño, era el mejor en ello.
Pero a medida que maduraba esperaba más.
Colecciones completas de ojos.
De hombres, mujeres y niños.
De infinidad de especies animales,
incluyendo insectos,
las cuales con liviandad
adornaban los recovecos de su mansión
donde vivía solo
porque nadie soportaba sus manías.
Nadie. Ni siquiera su madre lo aguantó.
Ahora ella lo contempla, inmutable, desde el interior de un frasco.
Tenía conocimientos de química.
Mantenía los ojos en una sustancia líquida que los conservaba
en un estado aceptable.
Le encantaba
mirar retinas y cristalinos siempre antes de dormir.
Y que éstos le miraran también a él revelándole sus más oscuros secretos,
sus misterios, verdades y miedos.
Coleccionista de ojos, era el mejor en ello,
pero aún esperaba más.
Y ese día llegó.
La universidad donde él enseñaba biología adquirió un hallazgo.
Un ojo que no pertenecía a hombre alguno.
Al menos no un hombre tal como lo conocemos.
Era un ojo enorme.
Del tamaño de un pie grande.
Tenía un cristalino de color mate muy hermoso.
Le decían el ojo único.
Fue encontrado en Grecia, cerca de unas cavernas sin nombre.
Estaba bien conservado.
Parecía tener propiedades mágicas.
El coleccionista de ojos deseó poseerlo.
Con su furia impaciente comenzaron también las pesadillas.
Los millares de ojos con los que vivía lo inundaban de preguntas.
¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?
El coleccionista de ojos se llamaba Ulises.
Pero no sabía quien era.
Las esferas muertas le observaban siempre. No lo dejaban vivir.
Un gigantesco cristalino le apretaba el rostro con impiedad.
Era cuando despertaba sudoroso, aterido.
Tenía que apropiarse de aquel ojo.
El ojo único. El único ojo.
Ideó el plan perfecto.
Asesinó al guardián de la universidad durante la noche.
Le quitó ambos ojos con su escalpelo
Eran dos ojos verdes bonitos.
No podía perdérselos.
Entró a la sala de bioquímica y halló el enorme ojo cubierto en formol.
Se llevó el frasco entero a su casa
junto a otros objetos valiosos del aula.
Debía parecer un simple robo.
Decidió colocar la adquisición en el mejor salón de su casa.
Y se decidió a admirarlo de ahí en adelante,
a descifrar sus enigmas.
El crimen nunca fue bien investigado.
Nunca dieron con él, nunca lo relacionaron.
Hubo cierta apatía con respecto al ojo.
Nunca nadie pudo explicar el origen del ojo.
Nadie jamás se atrevió a reclamarlo.
Las pesadillas continuaron con fuerza
pero eso no le molestaba demasiado.
La mejor pieza de su magnífica colección estaba segura, a su lado.
Transcurrió así el tiempo
hasta que un día sucedió lo inesperado.
Primero escuchó ruidos en la planta baja
(Ulises dormía en la segunda planta).

Eran ruidos de ventanas rotas y pasos duros como los de un gigante.
Supo entonces que una criatura venida del infierno,
ciega, rabiosa, había venido por lo suyo.
Se encerró en su habitación a esperar la dolorosa muerte.
La cosa destruyó la casa entera y subió a la habitación a gatas.
Era demasiado grande. Rompió la puerta.
Se oyó su monstruosa voz preguntando:
—¿Quién eres tú?
—Soy Ulises y estoy aterrado, ¿qué eres tú?
—Nadie —respondió la voz.
¿Un espectro? ¿Un fantasma del pasado tal vez?
Ulises vomitó cuando lo supo,
se orinó también en sus pantalones,
y cuando los delirios comenzaron,
sintió que unas garras le arrancaban los ojos de su ser.
Y en el último instante pudo atisbar una sola cuenca vacía.
Aquel ser lo había detectado por su olor humano.
Después de darle fin al pobre hombre,
el monstruo encontró su ojo de cristalino mate en la sala principal de la mansión.
Estaba bien cuidado cubierto de una sustancia conservante.
Se lo puso en la cuenca vacía.
Su único ojo, su ojo único.
Luego prendió fuego a la casa.
Lo hizo con su pútrido aliento.
Finalmente huyó entre carcajadas endiabladas a la tenue oscuridad nocturna.
Polifemo formulaba preguntas:
—Hola, ojito, ¿cómo estás?
¿Estás contento de ver de nuevo a tu Dios?
¿Puedes apreciarme o eres ciego como el ojo izquierdo de la mayoría
del mundo?
Polifemo buscó en su bolsillo y encontró los dos ojos de Ulises.
Le parecieron bonitos y decidió tener más.
Muchos más.
De hombres, mujeres y niños.
De animales grandes, medianos y pequeños.
Empezaría muy pronto.
De momento debía acostumbrarse a ver de nuevo con aquel ojo poderoso.
Debía retornar a su cueva en Grecia.
Debía ser fuerte y aprovechar las bondades del ojo.
No debía volver a extraérselo debido a la visiones apocalípticas
que aquel órgano era capaz de vislumbrar.
Debía cuidar de aquel órgano para siempre.
Creo que no puedo ver mi propio rostro.
Mejor. No es necesario reconocer a mi Dios.
Saciar la propia hambre. Eso es lo importante.

Existe un ojo que mi alma lacera,
que mi mente lastima,
que mi cuerpo destruye con impiedad.
Es la visión de nadie,
la esfera ciclópea,
el ojo inclemente de la soledad.

2 comentarios

hijo de ulises -

que mi espíritu carcome con voracidad

revelándole sus más oscuros secretos

sintió que unas garras le arrancaban los ojos de su ser.

a la tenue oscuridad nocturna

con su pútrido aliento

Existe un ojo que mi alma lacera,
que mi mente lastima,
que mi cuerpo destruye con impiedad

Se oyó su monstruosa voz

Sus actos eran los de un artista en plena efervescencia de su talento.

Creo que no puedes vislumbrar mi rostro

Las cuencas vacías desbordaban pesadillas mortíferas

Se especializó en ello con el pasar de los años.
era un ojo enorme.
Del tamaño de un pie grande.

Ideó el plan perfecto

Entró a la sala de bioquímica y halló el enorme ojo cubierto en formol.

Estaba bien cuidado cubierto de una sustancia conservante

JAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

hijo de ulises!!! -

que mi espíritu carcome con voracidad

revelándole sus más oscuros secretos

sintió que unas garras le arrancaban los ojos de su ser.

a la tenue oscuridad nocturna

con su pútrido aliento

Existe un ojo que mi alma lacera,
que mi mente lastima,
que mi cuerpo destruye con impiedad

Se oyó su monstruosa voz

Sus actos eran los de un artista en plena efervescencia de su talento.

Creo que no puedes vislumbrar mi rostro

Las cuencas vacías desbordaban pesadillas mortíferas

Se especializó en ello con el pasar de los años.
era un ojo enorme.
Del tamaño de un pie grande.

Ideó el plan perfecto

Entró a la sala de bioquímica y halló el enorme ojo cubierto en formol.

Estaba bien cuidado cubierto de una sustancia conservante

JAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA