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SUPAY-666

Laura y los cigarrillos de Moravia. (critica literaria, cuento, poesia, homenaje a una amiga y los cigarros)

Fume en pocos minutos dos cigarros Premier, uno detrás del otro, mientras acababa uno de los tantos libros que leído de Moravia, en particular este llamado 1934 y que versa sobre un posible suicida de visita en la isla de Capri, una misteriosa y atractiva alemana, el esposo de esta, los comienzos de la segunda guerra, una laberíntica historia de persecución, de filosofar sobre las relaciones de pareja, las deducciones del protagonista, una especie de Monsieur Dupin pero fatalista, con aires de psicólogo y de perdedor nato, pero, lo peor es el final, un acabose francamente ridículo y permitiéndome usar un peruanismo: rotundamente cojudo.

Les diré que no es uno de sus mejores trabajos. Sus novelas siempre nos atraen con su dominio de la psicología de los personas, parejas y situaciones intrincadas y subjetivas, sus obsesiones con temas personales son aspectos de la literatura moraviana que aquí no se ven con la respectiva claridad, o al menos no se logran canalizar en esta pomposa novela de situaciones, donde una alemana misteriosa parece desearnos y buscar una aventura gozosa en una isla paradisiaca y mitológica del mediterráneo, pero, Moravia se encarga de que esta se aleje, o siempre este indispuesta, para al final darnos una mala excusa y negar todo lo anterior, dejando la historia coja y tuerta, presa de un intelectualismo egocéntrico de parte del autor el cual, logra destruir una buena historia y trucarla en un aborto.

Fumaba tranquilamente mientras pensaba en esta novela, y, de cómo antes, de parecerme Moravia un dios, se me caía y era llevado a la categoría de solamente un buen escritor. Así es la vida, igual me paso antes, y bueno, luego de leer a Curzio Malaparte uno no queda normal, lo lees a Malaparte y Moravia queda como un estudiante de periodismo ante el viejo de Curzio, el cual estuvo en la primera y segunda guerra mundial, combatiendo, escribiendo y llevando imágenes y realidades pese a las balas y la muerte que siempre lo perseguía, mientras Moravia era un chiquillo en la segunda guerra. A Moravia lo puedes leer, a Curzio ya no, están prohibidas sus obras, no se ven reediciones en español hace mas de tres décadas, salvo honrosas editoriales que se atrevieron a hacerlo, ¿y por que lo censuraron?, por que lo que cuenta en novelas como Kaputt!, La piel (llevada al cine por Liliana Cavani, con Marcelo Mastroianni y Burt Lancaster), Sangre, Evasión de la cárcel, Malditos toscanos entre otras, son trabajos de filigrana psicológica y de material histórico inapreciable, pero, le da tan duro a la realidad y a los falsos héroes de las guerras que, era comprensible que la Europa culta y la Norteamérica gringa de la libertad lo prohibieran, y, de esa manera abolieran una ves mas la cultura y la libertad que les quedaba.

Me paso antes también con Hemingway versus J. Steinbeck, el viejo Steinbeck se lo come vivo con todo y zapatos, y eso que me declaro un profundo admirador de El viejo y el mar, obra cumbre de la narrativa norteamericana que, curiosamente, transcurre en Cuba o Cabo Blanco, Perú.

Me encontraba sentado justamente en medio de la parte más alta de los escalones de piedra de la gran catedral de Lima y tenía una vista preciosa de la antigua pileta colonial y de su arcángel en la punta, amenazante, vigilando desde lo alto. Estaba tranquilo, con un buen libro y una cajetilla de cigarrillos Premier, en su envase sencillo, sin caja dura ni adorno alguno, cigarro rudo y franco, sin promesas ni ilusiones.

Fumar un cigarro Premier es un poco común placer, y lo digo por que ya no es común fumarlos. Su cajetilla es blanca y roja, parece la casaquilla de la selección nacional de fútbol con la banda roja en diagonal, y eso le da ese toque nacionalista y melancólico que tanto me agrada.
Son cigarros para viejos, los jóvenes ya no los fuman, y es que la juventud siempre busca marcas reconocidas, o lo que les ofrece la publicidad: prestigio, un símbolo que los eleve de status por los pocos segundos que dura el humo del tabaco, usar algo común, masivo, algo que los una con otros millones de jóvenes y que los haga sentir lo que no son.
Ya no se hacen en el país, ahora los fabrica Argentina. Perú tiene un excelente tabaco pero los gobiernos han preferido importar materias primas a crear empresa y es así como ya no puedo fumar un Premier hecho en casa. Pero, no tengo problemas, argentina los sigue fabricando con el mismo nivel de calidad, con su sabor fuerte y áspero, varonil, rasposo, natural, como debe ser un cigarrillo. Fumar uno me recuerda a la selección nacional de fútbol, viendo los partidos en casa de mi pata Héctor, a los viejos bohemios del barrio de mi niñez, a mi amigo el señor Cortez, un ejemplo viviente de que el cigarrillo te mantiene lucido y sano, y, especialmente, a ella.

Ella esta siempre hermosa, flaquísima, de cabellos largos y rojizos, como una antorcha flameante y luminoso esperando quemar la ciudad, furiosa, fugitiva. Ella es Lau, Laura, ballena dixit, la arequipeña de cabellos rojos, de pasión a flor de piel, amante de la literatura y las artes, de sentimientos frescos, de naturaleza salvaje, delgadísima y fresca. Ella y Premier, la única mujer que conozco que fuma estos cigarros y esa es Lau, ella que desde su reino en Arequipa se molesta cuando me enamoro en Lima y que me enamore de alguien que no sea solo ella.
Recuerdo cuando la conocí: alegre, loquísima, hablando hasta por los codos y emocionadísima de los libros que tenia y de conocer a otro loco que amara y leyera cosas que ella ama y lee a la vez, con su cabello rojo, largo y lacio, revueltísimo y fantástico, flaca nerviosa y vital, viviendo en Arequipa y yo en Lima, a cientos de kilómetros y horas de ella, yo aquí, enjaulado, en Lima que es mi prisión dorada.

A veces, caminando por la ciudad, me viene a la mente mi vieja pregunta: ¿Por que las mujeres que me impresionan y gustan tanto, han de vivir tan lejos?
Muere el sol en algún horizonte mientras ella se despide y se que ya no la veré mas, claro, hasta que a su majestad se le ocurra venir de improviso, sin llamarme antes, a sorprenderme mientras estoy leyendo tranquilamente, como en un juego, como en un cuento.
Leo de ella en su hi5 y como si leyera en sus propios labios delgados y su torso de niña:
Encantadoramente neurótica o insoportablemente histérica dependiendo del día, la hora, el desayuno, la primera canción, la ultima lectura o quien sabe....

Moravia escribe una novela llamada el desprecio en 1954, la cual fue llevada al cine en 1963 Por el reconocido director frances Jean-Luc Godard, con la actuación de una sensualisima Brigitte Bardot y el actor gringo Jack Palance en un brillante papel del cual se hablo muy poco en su epoca. Una parte de la película transcurre justamente en la villa Malaparte, casa de Curzio Malaparte en la isla de Capri espectacularmente levantada contra el mar y, que cuenta con una de entre las tres escaleras mas hermozas de la historia de de la arquitectura. Por cierto, esta casa es un ejemplo clásico del arte y la naturaleza integrada al diseño en la arquitectura moderna. Tal ves recordado las fotos, o la película, o el sol y la arena en Miraflores, y recordando cuando estaba paseando con Laura y viendo el mar, que soñé con ella y yo en la casa de Malaparte, rodeados del mar, con la brisa en nuestros rostros. Y ella, danzando jugando con un vestido muy ligero, que dejaba pasar los rayos del sol, dejando ver sus formas alegres y armoniosas, mientras, su risa llenaba mis oídos. Era ella y el sonido del mar rompiendo contra las rocas y los corales.
Mientras ella danzaba, yo fumaba y fumaba, absorto en ella y el mar, en su vestido y sus palabras en la brisa. Ella se acerco y me pidió fuego, saco una cajetilla y le pregunte quien se la dio, me miro irónica y malévola, se rio mientras lo encendía, boto el humo en mi cara y me dijo displicentemente que Moravia se lo había dado. Se alejo danzando botando humo despacio, con el cigarro entre dos largos y delicados dedos
A lo lejos, una ballena inmensa asomaba su gran cabeza y entonces ella se asustaba y corría donde mi, pálida, intensa, temblando ante la visión de una ballena gigantesca que se alejaba en el horizonte, como un leviatán lleno de malos presagios, dolor y lejanías.

Luego, ella ya no estaba, me encontraba solo en el techo de la casa, rodeado del rumor del mar y de la violencia de las olas, de el olor salado y de un atardecer rojizo y lastimero. Pensé entonces en sus cabellos rojos cubriendo el cielo mientras moría el sol, me sentí muy solo, como nunca me había sentido antes, y, de repente, pude ver que la ballena emergía otra vez de las profundidades del océano, pero, que ella cabalgaba en su lomo, mientras un canto triste y quejumbroso llenaba las costas ya oscuras ante el sol muriente.
Desperté bañado en sudor y frio, y me sentí muy triste, pero, recordé que las ballenas van y vienen, y que el destino es una carretera que depende de nosotros recorrer, entonces volví a sonreír, me levante y escribí algunas cosas mientras fumaba un premier de madrugada.
ella navega en su ballena (ballena dixit) mientras recorro las calles que lucen solitarias cuando se que no esta cerca, una canción del viejo Bob Dylan me acompaña, una que le gusta a ella y que me gusta a mi: Dylan sabe:

(You take just like a woman.
You make love just like a woman.
And then you ache just like a woman.
But you break just like a little girl.)... Gracias Bob....
A ella, que recorre mis intrincados corredores, rebusca mis pasajes secretos, se inquieta entre sabanas claras y floridas mientras yo releo sus palabras y pienso que debería irme y raptarla como los antiguos con sus amadas, ella escribe con sus delgados y finos dedos:
literatura, música, arte,
respirar, comer, tejer, el aeromodelismo metafísico, la
caza de dinosaurios, las artes ocultas y las no tanto,
cabalgar mariposas, domesticar tempestades...
resumiendo... hacer el tonto.
Observo sus ojos, son bellos, inquietos, juguetones, sus labios, sus labios invitan al beso, y hacen muecas y morisquetas cuando habla. Cuando se molesta, suelta palabrotas, grita o patalea. Pero, no se a que saben sus labios, solo los he mirado, he intentado besarlos, no lo negare, y en ese punto lamento haber fallado, por que fallar la puntería en un blanco tan encantador siempre tiene un punto de tristeza y melancolía.


Moravia, los cigarrillos premier, la isla de Capri, los muchos cigarros que he fumado en mi vida, como cuando quise dejar de fumar, y como mi fuerza voluntad se resentía a dejarlos, opte por la fuerza de voluntad de mis bolsillos, así que se me dio por fumar solo cigarros finos, de marcas rebuscadas, de países lejanos, de sabores exóticos, de olores perfumados. Cigarrillos que veía y leía que fumaban o fumaron los grandes de las artes y la historia Cigarrillos con un gran pasado, cigarrillos caros, difíciles de hallar, de los cuales coleccionaba ávidamente las cajetillas vacías, y las pegaba sobre un gordo cuaderno de dibujo, que terminaron de cubrir otros cuadernos y espacios.
No deje de fumar, es más, el vicio se me hizo más fuerte, por que ya no solo era fumar los cigarrillos, era también coleccionar las cajetillas, buscar cigarrillos de países cada vez más lejanos. Luego empecé con los puritos, los puros y, acabar con los reyes de la creación, los aromáticos, elegantes, eclécticos y por cierto, solamente hechos a mano en Cuba, los carísimos Habanos.
Era, y es, una pésima forma de dejar de fumar, pero una muy buena de tener una amplia cultura sobre cigarrillos.
Todo parecía ir bien en mi época de sibarita cigarrero. Solía ir de paseo con una cajetilla colorida de algún país exótico o de remembranzas históricas, de las costas de Italia, de alguna fabrica en Rusia o de la soleada Venezuela, haciendo volar la imaginación a los países de origen de estas mis fabricas de pulmones negros, cuando, uno de esos días, me decidí. Mirándome, frente al espejo, prometí dejar el cigarrillo, y, lo deje. Estuve siete años sin fumar, fue una buena demostración de fuerza de voluntad. Durante esos siete años de abstención solo fume unas tres veces, y solo fume el cigarrillo hasta la mitad, según mi costumbre. Fume por desamor, por pena, por un corazón roto, fume como quien le da un aire mas teatral a la despedida, a ese alejar triste que tienen los enamorados, los decepcionados, como en una vieja película de Humphrey Bogart.


Luego, a la muerte de mi padre, regrese al vicio que nos trajeron los nativos de las Américas, a quemar tabaco y aspirar su narcótico humo, a sentir como nos llega su poder directamente, comenzando por la base del cráneo y estirándose meloso por nuestros sesos, relajándonos, dejando caer la nicotina despacio entre los pliegues del cerebelo.
Pese a todo, aun fumo, poco, no muy seguido, a veces uno en la noche, uno fino, para darme el gusto de saborearlo, y también un Premier, por que así recuerdo a Laura, Laurita, en su ballena blanca y translucida, pequeña y lejana ballena, en medio de humo de tabaco y de melancolías que se queman al son de unas hojas secas y de unas flores prensadas.



                                    2010-07-01
                              Julio, dos de la tarde.

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