Mientras los telediarios daban cuenta del suceso, la policía ya se había embarcado, desde el día anterior, en la búsqueda de las primeras pesquisas de lo que a todas luces se creía que era un descuartizamiento. Es gracias a una llamada realizada por un taxista, que prestó su servicio en la noche del 14, que los investigadores no demoraron en realizar el identi-kit de un ciudadano oriental. El taxista relató que le pareció sumamente extraño que alguien con equipaje le haya indicado que lo lleve al Bois de Boulogne, en lugar de una estación de tren o de bus. La policía cruzó información con los testigos que también vieron al sospechoso abordar el taxi. Es así que en la misma noche del 15 un fuerte contingente policial irrumpe en el departamento del japonés Issei Sagawa (Tokyo, 1949), estudiante de Literatura de La Sorbonne.
El sospechoso no mostró resistencia alguna. Cuando los oficiales comenzaron a revisar el departamento encontraron dentro de la refrigeradora carne humana envuelta en bolsas de plástico. Revisaron un poco más y hallaron un rifle y una grabadora con un cassette que confirmó lo que se temía: Sagawa no solo había asesinado a la holandesa Renée Hartevelt, quien al igual que él, estudiaba Literatura en La Sorbonne, sino que también tuvo relaciones sexuales con ella estando muerta, para después comerse gran parte de sus nalgas, muslos y senos.
Era el primer caso de canibalismo, de manera oficial, para la policía francesa. Y lo que se suponía debía tener un fin judicial, trocó en una discutida (por no decir asquerosa) resolución, debido a que el gobierno japonés presionó a su par francés con el argumento de que el caníbal debía ser juzgado en su país de origen. El padre del criminal, Akira Sagawa, empresario multimillonario e influyente personaje en la vida política asiática, no dudó contratar a los más prestigiosos abogados parisinos, que tenían la consigna de obtener, a como dé lugar y cueste lo que cueste, una solución política al caso de su vástago.
Issei Sagawa lo tuvo todo desde que nació a los siete meses, pero fue tremendamente sobreprotegido. Su infancia fue guiada por institutrices que le enseñaron a leer, a tocar el piano y la guitarra, a contemplar el arte, le enseñaron idiomas, etc… Recién en la adolescencia vivió su primera experiencia con el mundo exterior, y como era bajito y enclenque y feo, no tardó en ser el punto de burla de sus compañeros de colegio. Cuando los insultos eran insoportables, se tiraba al suelo y sus manos formaban un cono en sus labios. Tal y como lo confesaría años después, para el vilipendiado adolescente esta postura era un mecanismo psicológico de defensa, que lo abstraía de la realidad hacia la infancia en la que fue feliz, puesto que hasta los diez años había sido amamantado antes de cada comida, lo que le llevó a afirmar que su gusto por la carne humana nació del irrefrenable impulso y placer que sentía mordiendo los pezones de sus institutrices.
De joven estudia Literatura en la Universidad de Tokyo. Sagawa tenía talento para el ensayo y la crítica, destacando por su conocimiento de la literatura alemana, de la que Thomas Mann, Rilke, Gunther Grass, Hölderlin y Kafka eran sus escritores favoritos. En esta etapa estudiantil también desarrolla un creciente apego por las mujeres occidentales, siendo Grace Kelly su icono. Las paredes de su cuarto estaban tapadas con pósters de damas caucásicas, exuberantes y, en especial, muy altas. Su sueño: no solo era tener relaciones sexuales con alguien así, sino que anhelaba morder y comer este tipo de carne.
Como la naturaleza le había desprovisto del más mínimo atractivo, Sagawa frecuentaba muchos burdeles, gastaba un dineral en prostitutas, a quienes obligaba a dejarse morder las nalgas y muslos. Y como es entendible en un enfermo como él, no pocas veces se pasaba de la raya con sus mordidas. Las prostitutas lo denunciaban pero los casos eran rápidamente archivados.
Llegó a ser un respetado conocedor de la poesía de Hölderlin… y conoce a una estudiante alemana de intercambio que despertó su obsesión. Por primera vez en su vida tenía ante sí una encarnación de lo que él solía devorar en las películas porno: una mujer caucásica, exuberante y, en especial, muy alta. Y lo que terminó animándolo fue que ella era su vecina en el complejo habitacional de la casa de estudios.
No pensó violarla, mucho menos comer su carne. Esas pulsiones todavía permanecían latentes en su corazón. Pero sí ideó la manera de darle un buen susto y tantear su reacción para lo que podría ser su golpe mayor días después: comérsela.
Cierta noche, el chato Sagawa alquiló un traje de Batman. Se las ingenió para que su cuerpo esquelético, y de no más de metro cincuenta, no tuviera inconveniente con la anchura de la vestimenta. Y durante la madrugada, pasando de balcón en balcón, llega a la habitación de la germana, que dormía boca abajo y desnuda. En puntas de pie el falso Batman se acerca a la cama y contempla la monumental desnudez. Se le ocurrió saborear las compactas nalgas salpicadas de pecas, y cuando su lengua estaba a menos de un centímetro de la piel, la mujer abre los ojos y en el cato lo coge del cuello… Lo remata a puñetes y patadas, y no contenta con eso, lo arrastra por los pasillos del edificio, ante la vista y paciencia de los mirones que se despertaron con los gritos de furia de quien juraba, en masticado pero entendible japonés, que el experto en Holderlin había intentado violarla.
Sagawa es expulsado de la universidad, pero la alemana estaba decidida a llevarlo a los tribunales. Tenía todo para ganar. Sin embargo, el padre de la pequeña bestia compró el silencio de la mujer por un monto que le aseguró la vida. A los días, Sagawa es sometido a tratamiento psicoanalítico. Los expertos llegaron a la conclusión que el liliputiense necesitaba un ambiente de mayor interacción social, que la sociedad japonesa no era la idónea para alguien de refinada sensibilidad e inteligencia cultivada, que tenía que conocer a más personas, sentirse libre y no ser presa de sus complejos de inferioridad. Sagawa dominaba, aparte de su idioma natal, el inglés, castellano, italiano, alemán, italiano y francés. Leía a los autores en su propia lengua.Y su solicitud para continuar sus estudios literarios en La Sorbonne fue aprobada en el acto.
En París, el conocedor de la poética de Holderlin enloqueció. No podía leer, ni escribir, ni pensar. Se enamoraba de cada chica que pasaba por su lado. Para variar, continuaba con sus costumbres putañeras. En más de una ocasión pensó regresar a Japón, en sus primeros siete meses lo único que hizo fue entregarse al onanismo a tiempo completo. Sin embargo, en una tarde de sol, Sagawa conoció el amor. Una mujer, caucásica, exuberante y, en especial, muy alta, le habló. Ayudó a la holandesa Renée Hartevelt a elegir los cursos de literatura que seguiría en los próximos dos años.
Obviamente, Hartvelt consideraba a Sagawa un amiguito inteligente. Almorzaban y cenaban juntos. Como ella era muy risueña y sociable, integró al pequeño en su círculo de amigos, quienes, en principio, creyeron que era un nuevo estudiante.
La holandesa lo admiraba. Sagawa recuperó el tiempo perdido en el onanismo con el único fin de impresionarla cada vez más. Al punto que empezó a ser voceado por el departamento académico como un posible candidato para ocupar la cátedra de Literatura Alemana. Fueron meses felices para Sagawa, quien, entre otras cosas, no olvidaría nunca la noche de un viernes que bailó, en una discoteca, con Hartevelt el “You Sexy Thing” de Hot Chocolate.
A la mañana siguiente, despertó muy despejado, con la imagen de Harvelet contoneándose. Releyó las páginas de LA MONTAÑA MÁGICA hasta el mediodía. Y mientras almorzaba sintió la necesidad de comerse a Hartevelt. La amaba y la deseaba sexualmente.
Como no quería repetir la nefasta experiencia de la alemana, el futuro caníbal pensó las cosas al detalle. Se compró un rifle y lucubró un motivo para que su amiga accediera ir a su departamento. La jovial muchacha tenía varios empleos: en la biblioteca de la universidad, en una librería y traducía textos en las oficinas de inmigración… La tarde del nefasto 11 de junio de 1981, Sagawa la llamó y le ofreció pagarle muy bien por la traducción de un poema de Holderlin, lo que la sorprendió, pero no puso reparo puesto que necesitaba el dinero. Llegó a las ocho en punto de la noche. Sagawa había dispuesto el escritorio, en el que ella traduciría, en dirección a la ventana, porque si iba a dispararle, tenía que hacerlo por detrás. Ni bien Hertevelt se acomodó, empezó a traducir el poema… Sagawa prendió la grabadora… Cogió el rifle… Apuntó… Y le voló la nuca…
Se la estuvo comiendo dos días…
Los policías escucharon una y otra vez la grabación. No tenían la más mínima duda de que la fiscalía exigiría la pena máxima. Pero la justicia tuvo a bien dictaminar que Sagawa sea sometido a tratamiento psiquiátrico en Japón, con la condición de que nunca más pisara suelo francés.
Sagawa padre armó una actuación ante el arribo de su hijo. Los periodistas habían colmado el aeropuerto, estaban ante la noticia del año, el caníbal japonés; sin embargo, la persona que fue recibida por un grupo de médicos y a quien llevaron a un psiquiátrico en las afueras de Tokyio, no fue Issei Sagawa. Sino un actor. El verdadero Sagawa fue conducido a un departamento, en el que su padre le hizo firmar los documentos pertinentes para el cobro de su herencia y haciéndole jurar que no vuelva a frecuentar a su familia en lo que quedara de vida.
Estuvo algunos años en el más completo olvido, dedicado al proyecto que acrecentó su fama: escribió sus memorias caníbales. A la fecha lleva publicado más de veinte libros sobre el asesinato de Hartevelt. Es considerado una celebridad menor, se las pega también de crítico gastronómico, y por si no fuera poco, ha aparecido en películas, como THE BEDROOM de Hisayasu Sato, e inspiró la canción “Too Much Blood” de The Rolling Stone.
Imágenes: Issei Sagawa; Renée Hartevelt
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