II
Hace unos días me invitaron a presenciar el estreno de “Tarata”, la película de Fabrizio Aguilar, y donde “actúa” la braquicéfala de Gisella Valcárcel (esto debería ser una reseña cinematográfica, pero por mi formación no puedo constreñirme a los “cánones” cinemeros; del modo que, ya que no percibo un sueldo o alguna bonificación de las compañías distribuidoras, no tengo por qué mentir, distorsionar o falsear una verdad objetiva, tal y como hacen algunos comentaristas ciniestros de la prensa burguesa, coludida con la mediocridad y con la costra de una sociedad lacaya, mediocre y arribista). La verdad es que no sé cómo asir este producto aberrante y sinuoso donde Gisella apelando a sus referentes de mexicanadas lloronas hace un remedo mamarrachiento de un papel que bien merecido hubiera tenido en la doña María Félix como el arquetipo a imitar (me refiero a la dureza, don de mando y severidad del personaje). De tal forma que Gisella, con un ridículo “corte carré”, chilla, vocifera, se jala de los pelos y llora al peor estilo de la telenovelesca, pero sin convencer a nadie, ni siquiera a ella misma (ese llanto de cocodrilo de supuesta impotencia, echada en la cama, no trasmite mas que vergüenza ajena; y encima, para remate, la peluca negra, caracterización del personaje, no logra cubrir el pelambre pintado color escabeche de la “señito”).
El personaje que hace de amiga de Gisella, interpretado por una arribista y trepadora Lorena Caravedo, tiene una actuación lamentable (representándose a sí mismo) y sin ningún tipo de talento, felizmente el personaje muere y desaparece, aliviando, aunque no en mucho, el fastidio que ha resultado ver esta película.
El guión es pobrísimo: una familia clasemediera miraflorina que bajo la batuta de la “madre-esposa-amiga-empresaria-y vendedora de cremas” busca salir del atolladero impulsado por la crisis económica y por el avance inminente de la subversión. Un esposo contador, Daniel Valdivia (Miguel Iza), cuya debilidad, mal construida, interpola al personaje-Gisella y esta convierte al esposo en un monigote, un muñeco inservible al que el ventrílocuo no quiere prestar su voz y cuyas expresiones simulan más al sonido de una flatulencia que al correcto trabajo vocal del actor entregado. En el medio, los hijos: el menor, enajenado y delirante, pensando siempre en coches bombas y recomendando a todo el mundo las “reglas de seguridad” (a quién diablos se le ha ocurrido presentar a este personajillo del expresionismo alemán, laxado y hemodialisado en la truculencia; bueno, es un niño, perdonémosle, por esta vez; aunque esa escena de los playgos volando, remedo de una explosión simulada del niño es culpa única del director); y la hija acojudada por la situación política-social (de ninguna manera podemos ubicarla dentro de lo flemático) en una actuación sin mayores riesgos, plano y carente de aristas, estéril, pero, por sobre todo, aburrido.
De tal modo se sucede la película que el espectador ansía que ocurra algo, una explosión o un muertito por ahí (y aquí no tiene nada que ver las estupideces de Hollywood); hasta que la escena esperada ocurre, casi a mitad del bodrio, sin mayores efectos: un cochebomba que lanza a Gisella por los aires, y es bañada por vidrio molido y no por trozos de ventana; para cualquier conocedor es fácil percibir que se ha usado vidrio templado, el que se usa para los parabrisas de los carros, porque es en cuadraditos y con puntas romas, donde se percibe la falta de imaginación y la poca pericia de nuestros cinemeros para hacer escenas como esa.
III
Un trato aparte tienen los “subversivos” que, supuestamente, son los que aparecen conspirando, pero siempre de lejos, siempre detrás de una ventana gritando arengas o corriendo, escapando después de dejar una bomba o gritando consignas como robots. La mayor cercanía con los “senderistas” es a través de las empleadas domésticas que se supone (eso es lo que supone la película) son las que han ingresado a los hogares clasemedieros para sabotear, soplonear cómo están las cosas y despojarlos de sus comodidades (¿¿¿???).
Por otro lado, Miguel Iza, el esposo imbécil (reflejo del actor mediocre), es, también, contador y trabaja en una universidad nacional (por lo que se desprende del contexto), la universidad sería “La Cantuta”; y se encuentra con Róger, el hijo de la empleada que trabaja en su propia casa. Iza, en uno de sus peores caracterizaciones, para con una libreta copiando y redibujando las pintas senderistas formulando una supuesta tesis de fuerzas de equilibrios (¿equilibrio estratégico?) donde la "paz" se impone por igualdad de fuerzas entre la subversión y las “fuerzas del orden” (¿de dónde diablos han sacado esa teoría?).
En una escena Daniel Valdivia (Iza), quien para copiando las pintas senderistas, se encuentra en la universidad con el hijo de la empleada, y este le avisa de que lo que está haciendo es peligroso. Luego, en otra escena, Daniel Valdivia y el hijo de la empleada son conminados a ayudar a desplegar una banderola con el rostro del “presidente Gonzalo”. Luego, en otra escena, una redada policiaca cae por la universidad y se llevan a Róger, el universitario, hijo de la empleada, el que, por cierto, no volverá a aparecer.
Al final, en una estupidez mayor (y esto le alcanza al director quien es el responsable de este comistrajo), Daniel Valdivia, apurado por un berrinche de la hija cojuda, es atrapado en pleno toque de queda y sorprendido con la libreta de apuntes y llevado a prisión. El breve encuentro entre Gisella clasemediera buscando al marido imbécil, y la empleada doméstica buscando al hijo desaparecido por las fuerzas del orden, no es aprovechado ni por el guión, ni por la actuación, ni por la dirección, ni por la cámara floja, ni por la fotografía fuera de cuadro, ni por la música repetitiva, ni siquiera por las escenografías de cartón piedra y pintura al agua.
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Luego de un bostezo concluye el bodrio.
Un fracaso total y una pérdida de tiempo.
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Diana -