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SUPAY-666

El comegente, o la inseguidad y el miedo al amor... un recomendable cuento, enviado por Dayana (en serio, haz caso, sigue escribiendo)

Aun después de tanto tiempo transcurrido no logro entender cómo el comegente y yo vivimos tantos años como una pareja normal. Quizás fue mi falta de decisión para dejarlo lo que alimentó en él el amor que decía sentir por mí. Creo que el origen de ese amor, era en realidad, la capacidad que yo tenía para comprenderlo.

El comegente, como aquel perro callejero abandonado a su suerte, había encontrado en mis brazos cobijo, un camino seguro al reconocimiento como ser humano, porque yo lo traté como tal. En mis brazos sólo tuve para él roces que le dieron ternura a esa apariencia  grotesca que tenía, parecida a la de un oso. Estoy segura que le di lo mejor de mí en cada noche que le cedí un lado de mi cama y deje que subiera sobre mí para que aplastara su impotencia de sentirse odiado, aborrecido, contra todos mis orgasmos incontrolables y puros. Él y yo, al fin y al cabo, teníamos muchas cosas en común, nos deseábamos mutuamente, pero había algo que no me permitía imaginar una vida junto a él: Le tenia miedo, mucho miedo, miedo a esos ojos brillantes, llorosos, a esa nariz pequeña, perfectamente  frívola, y sobre todo, miedo a esos dientes blancos, ajenos a cualquier misericordia.

Jamás lo hubiese querido  ver de forma objetiva Hasta que un día sentí que tocaba el lado más sensible de mí...

Aquel  domingo salí apurada de casa, metí algunos libros a mi mochila, saqué mis llaves y me fui  sin decir nada, ni siquiera me despedí de Roxana. Tan sólo cerré la puerta con brusquedad como advirtiendo mi salida. Aún en el paradero mi mente estaba adormecida, empezaba a divagar cuando una combi se paró frente a mí y un hombre salió de ella gritando ¡pesquero, pesquero! La combi estaba casi vacía así que subí. Dentro del carro la situación no cambió, no sé por qué diablos me hallaba así, digamos que tan soñadora o tan imbécil; pensaba mucho en el comegente, en sus manos entrelazadas buscando calmar el frío. De nuevo me sumía en pensamientos sin un hilo en común, pero volví a la realidad inmediatamente después de sentir el olor a pescado. Bajé, me acomodé la mochila y caminé tranquila, mas algo me aguijoneaba la mente; seguí mi ruta y tuve la tonta idea de que tal vez podría encontrar a aquella señorita agradable de la semana pasada, en realidad mi idea era muy tonta ya que no recordaba su rostro. En fin, llegué a la casa de Helena, me sirvió café apenas me senté; no lo tomé porque me moría de calor y no sé de qué otro malestar, me moría, me moría. De pronto reconocí el origen de mi agonía asolapada  y ésta se fue haciendo cada vez más grande y mortuoria. ¿Qué día es hoy? Le pregunté con ansiedad a Helena. Domingo, me contestó sonriendo. Miré el reloj, eran las cinco y media. Domingo, cinco y media, Roxana sola en casa; el comegente, como todos los domingos, preparándose para ir a visitarme. Todo me empezaba a dar vueltas, sentí náuseas  y un terror infinito que se posó sobre la taza de café enfriándolo en un segundo. “Tengo que irme Helena, acabo de recordar algo importante” y me fui para siempre de su casa. A pesar que sabía del peligro al que estaba expuesta Roxana no corrí, camine por el pesquero, apurada sí, pero no corrí, como creí que lo haría si alguna vez mi Roxanita necesitase de mí. Por el camino esquivé niños que subían con bolsas negras, me fui de un lado a otro para no toparme con una turba de señoras ebrias. Los esquivé a todos con mucha elegancia, como lo hace Ronaldinho en el terreno de juego. Al final de todo llegué al paradero, otra vez viajé en “combi” , quería llegar lo antes posible. No era justo haber olvidado por completo a Roxana, me arrepentí de muchas cosas en el trayecto, como por ejemplo el hecho de no haberle contado el cuento ese de una tal caperucita y un lobo feroz que le tenía hambre; no se lo conté porque la historia me parecía por demás tonta. Cómo me arrepentí, los cuentos aparentemente insignificantes  tenían tanto que enseñar y yo los había descartado.  ¡Por qué no le advertí del lobo feroz! Cielos Roxanita, no te dejes comer, por favor no te dejes comer. Me dolía el pecho de la desesperación, pensaba en lo vulnerable que ella era sin mí, me la imaginaba entre aquellos temibles dientes del comegente. Quería estar con ella para hacerle un cerco con mis brazos; tal y como lo hacía para él, quería apretarla, sacarla de aquel peligroso mar que llaman vida; ya mi inquietud por llegar se transformaba en desaliento y me dieron ganas de tirar la toalla, bajarme del carro y echarme a llorar debajo del puente que está en SEDAPAL, pero mis piernas no respondían, permanecí en el mismo sitio, ahogándome en sollozos. De vez en cuando recobraba el ánimo  y me decía que no todo estaba perdido ¡Allá voy Roxanita! No te dejes comer, nomás no te dejes comer. Sin embargo, la maldita “combi” paraba a cada rato y para colmo de males creo que todos los pasajeros que recogía eran ancianos, era como si todos los asilos del mundo hubiesen soltado a sus abuelos para que vayan a fregarme. Otra vez sentí ganas de abandonar mi lucha, pero no era sólo mi lucha, tenía que ganar la guerra por Roxana. Llegaré, pensé, todo tiene que salir bien, encontraré a Roxana sana y a salvo, totalmente íntegra, sin ningún dedo menos, luego la haré dormir contándole algún cuento y finalizaré la noche fornicado como fiera con el comegente  ¡oh sí, así será!. El carro parecía ir a más velocidad y un buen presentimiento vino a mí, las cosas saldrán bien, pero no, no había nada seguro, nadie me aseguraba que en el trayecto, que era cada vez más corto el comegente no entraría  a la casa hecho una fiera, un lobo feroz en busca de una víctima, de una caperucita, de mi Roxanita. Qué temor más grande me invadía, la vida sin ella no sería vida, mi vida empezaba a perder sentido ya. Si le tocaba un cabello… maldito monstruo, si le tocas un cabello te mataré, te arrancaré los brazos y terminaré comiéndote. Empecé a ver las cosas con claridad, tenía que alejarme de él para siempre, alejarlo de Roxana, de nuestra casa. Quizás ya era tarde, pero lo había resuelto al fin, después de tanto tiempo juntos tenía que ponerle punto final.

Del pesquero hasta mi casa demoré veinte minutos, fueron los veinte minutos más eternos que he vivido, bajé desesperada; otra vez echarme a  andar, pensé que ya no tenía caso, en realidad tenía miedo, quería que el camino  se extendiera miles de kilómetros para llegar a casa después de un par de días. Tenía miedo. Llegué a casa en minutos, me acerqué lentamente a medida que distinguía con claridad que las luces estaban apagadas. Ella está dentro… Mi pánico era tal que sin mentir podía oír desde la puerta cómo el comegente trituraba los huesos de mi Roxanita, era algo así como cuando se oye comer a un perro. Saqué mis llaves del bolsillo y saqué todo el valor que tenía también. Abrí la puerta, entré. Roxana yacía en el mueble, frente al televisor, concentrada, ajena a mi regreso como a mi partida horas antes. Estaba viendo “Los caballeros del Zodíaco”; cuánto alivio me causó ver al caballero de Sagitario en la tele alumbrando el rostro de mi bella Roxana, fue como si la estuviese protegiendo de todo ente maligno. Allí estaba ella con su par de trenzas largas, parecía una muñeca de trapo y qué ganas de ir a abrazarla, de contarle todo, qué ganas de pedirle perdón y jurarle lealtad eterna, mas no lo hice. En seguida salí a comprar pan. Cuando ya estábamos en la mesa tomando el lonche le dije casi a secas que esa noche le leería un cuento; no respondió, ni siquiera pareció importarle. Creí que me lo tenía bien merecido y acaso ella ya no estaba para esas cosas, entonces fijé los ojos en mi taza de leche y ahí los mantuve por buen tiempo hasta que la oí reír; lo hacía bajito, se burlaba de mí. Tal vez esta chibola se haya vuelto loca, pensé. ¿De qué te ríes? Pareces una vampira, respondió. ¿Así? ¿Y por qué? Es que la mermelada la tienes ahí, como sangre en los labios. Saqué la lengua y efectivamente, me había manchado la boca con mermelada de fresa. Me sentí avergonzada pero a la vez feliz y a salvo de la supuesta indiferencia por parte de ella. La miré y ya no pude resistir más, la tomé en mis brazos y me la llevé cargada al cuarto. La acosté en la cama, le leí un cuento, pero no el de Caperucita y el lobo, sino uno donde hay un soldadito francés que no tiene pierna; al parecer le agradó mucho y se durmió con la tranquilidad con que se mueren los pájaros. Sólo entonces le dije que la quería con el alma.

Para el lunes en la mañana Roxana ya estaba muy lejos para ser tocada o mordida por alguna bestia. Se despertó temprano, se metió a la ducha, arregló su cabello con notable dedicación y se marchó al colegio. En la puerta, justo antes de salir, se detuvo y mandó un beso volado, hice lo mismo. Quedé sola en casa, intrigada y hasta cierto punto preocupada por la ausencia del comegente. ¿Por qué no habría venido? ¿Por qué no me llama? ¿Por qué me cuesta tanto matar a una araña? Como de costumbre, ya me empezaba a ir por la tangente. Me hice algunas preguntas más hasta que terminé meditando sobre la inmortalidad del cangrejo. Estaba muy apartada de mis dudas iníciales y parecía que nada me haría retomar el camino, pero de pronto tocaron la puerta, se me cayeron los cangrejos de la cabeza. Intuí que era él.

Estaba tranquilo, delgado, firme como un árbol en el umbral de la puerta, extrañamente muy abrigado. Algo me hacía verlo un poco más alto que de costumbre. Quizás era que yo me iba achicando entre la indecisión de decirle que ya no podría verlo. Al parecer él también notó que entre nosotros se acrecentaba esta diferencia de tamaños y me preguntó con una voz que salía melancólica y temerosa ¿podré llegar a igualarte? ¿De qué hablas? Le pregunté. No me había dado cuenta lo que significaba su pregunta hasta minutos después. Aquella pregunta, aquella voz, entendí lo que me quería decir; con esa pregunta estaba afirmando nuestras desigualdades, reconocía la distancia que de un momento a otro nos rodeaba. El comegente me decía que era él quien se hacía pequeño, que estaba por debajo de las rodillas del mundo. Era obvio que su pequeñez tenía que ver con su ausencia de ayer. ¿Dónde estuviste?

Me contó sobre la noche del domingo en Lima, vagaba solo por el Jirón de la Unión, con frío, con hambre, irritado y capaz de todo. Escuché con atención cada palabra, me percaté de sus ojos, de su respiración que se  hacía más rápida conforme entraba en detalles, igual que la mía. Cuando ya no se movía más mordí su cuello, fue como reventar un globo lleno de manjar blanco, le clavé los dientes con el mismo deleite que siento cada vez que te poseo, pero el dolor  en la mandíbula me sacó de quicio y empecé a morderme también. No era yo la bestia despiadada que arrancaba lonjas de carne de aquellos muslos lampiños. Me hice pequeño, mentí, ultrajé y luego comí. Me hubiese comido a toda la humanidad, pero escuché tu nombre Vanessa y ya había pasado sobre mí el tren de los recuerdos, por eso he vuelto.

Tal vez no debí dejarlo, tal vez hubiese sido capaz de cambiarlo, si hubiese vencido mis miedos nos hubiésemos largado a cualquier parte, un lugar donde él pudiera comer gente hasta el hartazgo sin sentirse ave de rapiña, donde yo me olvidara de cuentos absurdos que sólo encubrían mi mala sangre. Un maldito lugar para vivir sin restricciones. Pero aquel paraíso, como el resto de lugares encantadores, se hallaba escondido en alguna isla remota o tal vez en Grecia; daba igual, estábamos tan lejos de nuestra felicidad. Te entiendo, le dije y lo besé. Era un muchacho en mis brazos, gimoteando porque había roto una luna del salón de clases. Nos besamos como desesperados, queriendo calmar nuestras urgencias, presintiendo que ese sería nuestro último beso y tenía que ser con lengua, amarga saliva, caninos, molares, incisivos. El sabor a sangre aún se sentía en esos labios de demonio. Se bajó el cierre y dejó salir a la otra bestia, su pene erecto era una de las siete maravillas; sin más demora me quité los interiores y me colgué de mi hombre y ahí, parados, en medio de la sala me penetró interminables veces; él acarició mi nuca, le besé los ojos, me chupó la oreja, le clavé las uñas, me mordió el mentón, mi lengua no conoció límites. Nos quisimos tanto ese lunes, éramos inseparables, como Batman y Robin, estábamos aleados a la perfección. Sin embargo, cuando las eyaculaciones acabaron y cedieron el paso al sinsabor, me volvió el miedo a sus ojos; la imagen del rostro de Roxana mandándome besos volados me invadía y también me daba miedo. Roxana era la única razón por la que mandaría todo al diablo y así lo hice. Maté al comegente…

Roxana llegó a casa en la noche, volvía de la biblioteca, cansada y aburrida. Yo lo tenía todo listo, su cama hecha, la leche tibia. Ella me lo agradeció con un guiño y se acomodó en la cama. Me acerqué, abrí  el libro que había preparado y empecé: La caperucita y el lobo feroz. Pero en este cuento, le expliqué, el lobo no es en realidad un lobo feroz, un rebelde sin causa, digamos que más que un lobo feroz, es un lobo incomprendido, solitario, golpeado por el resto. En el cuento que le leí esa noche, el lobo y la caperucita se hacen buenos amigos y huyen juntos de la malvada abuelita  al bosque. Y ya pasados los años la gente se olvidó que alguna vez hubo un lobo que acechaba las casas y una niña vestida de rojo de mirada aprensiva.  Terminé con el cuento a duras penas, a punto de quebrarme ahí mismo, vi necesario salir inmediatamente de su cuarto, y justo  cuando estaba a un paso de la salida su frase me alcanzó: Seguramente la caperucita se sentía incomprendida como el lobo, por eso lo entendía. Sí, seguramente, respondí  ya entre lágrimas.

 

08/05/06

Lunes.

1 comentario

supay master mind -

Toda critica nace de una apreciacion, sea positiva o negativa, es el punto de vista del que lo lea.
Es un relato fantastico, al comienzo uno lo ve asi, luego empiezo a verlo mas como una parabola de los sentimientos, del desamor o del miedo a enamorarse, a poner trabas a los sentimientos, luego llega el relato erotico, intimo, pleno de deseo (en esta parte el concepto que tenia en la cabeza era el de caperucita y el lobo feroz, pero la parte erotica cambia la situacion, ya no es un amor platonico a un ser irreal, ahora es un ser real, al que la autora lo viste de un halo fantastico para tratar de explicar sus inseguridades y deseos.)
Uno puede sentir muchas cosas en este pequeño relato, y digo pequeño para señalar que se han querido poner muchas cosas en algo que debio ser un cuento mas largo, Es por eso que el cuento desprende tanta energia pero a la ves, da muchas ideas, confunde, deja vacios y deja espacios que uno quisiera que sean llenados con mas paginas. Da a pensar que debiera ser una historia mas amplia, que continue, que hable mas de ella y su rico mundo interior.

(Seguramente la caperucita se sentía incomprendida, por eso lo entendía al comegente Sí, seguramente, respondí ya entre lágrimas). Este final me gusto mucho, es parte de la ironia de los clasicos finales que sabemos que pudimos cambiar, arreglar, o que aun podemos hacer algo por salvar, pero solo contemplamos con pena y damos por perdido, sin luchar, lo que pudo ser algo especial, unico.
Esa idea fija del ser humano ante el futuro como un sino griego, como un destino manifiesto, y no como una revolucion, como una forma rebelde de vivir, pero rebelde en el concepto de Nietsczche, rebelandose contra el sistema y no poniendo escusas sencillas a problemas faciles, solo atreverse, buscar eso que nos da la felicidad, salir a la puerta, llamar por telefono, pero, la caperucita y el lobo son asi, una queriendo ser comida, pero llamando al cazador o a la abuela por ayuda, cuando en realidad quisiera ser comida a besos en algun lindero perdido del oscuro bosque, si hubieses vencido tus miedos, nos hubiesemos largado a donde no halla madres ni padres, ni leyes, solo botellas frias y noches calientes, donde el comegente podria devorar tu cuello moreno, tu piel prieta y caliente, tus manos pequeñas, tus senos tibios....

En resumidas cuentas, me parece un buen cuento, pero debio ser mas amplio, y si iva a ser corto, debio centrarse mas en la idea base. Mas que fantastico, es onirico, es descritivo, personalista, es como un grito dentro de la caverna.
Tiene fuerza, mucha pasion guardada convertida en letra, falta pulir y mucho, le falta mas trabajo artesano, mas practica (escribir mas y leer mas) pero si lo he publicado es por que noto un buen relato a leguas, y se que con una buena pulida quedara muy bueno, tal ves ampliarlo, revisarlo, pero mientras haces todo eso, escribe otros cuentos y compara, no te quedes jamas con una primera impresion de algo o alguien, escribe mas y pasalos, la critica, por mas jodida que sea, te hace fuerte y te pule, como un carbon convertido con los años y la presion, en diamante.

Un abrazo y sigue escribiendo, ponle ovarios!!! de ti depende...