Caza humana en la ruta de Tapachula hacia Río Bravo ( o como los gringos y las mafias matan y violan, cazando como a animales, a los inmigrantes ) ...gracias a: http://noticias.lainformacion.com/mundo
27/10/2009 | Juan F. Cía
Miles de inmigrantes centroamericanos cruzan los 3.200 kilómetros que separan Guatemala de EEUU para cambiar sus vidas y la de sus familias. Durante el trayecto sufren todo tipo de abusos como secuestros o violaciones. Muchos de ellos pierden la vida.
“Me quemaron con ácido las manos y los genitales”. Rogelio, hondureño de 20 años, llegó con heridas muy graves a la Casa del Migrante de Lechería (México). “A mí me violaron varias veces los tres jefes de los secuestradores”, le contó Nancy, una salvadoreña con dos hijos, a los responsables de otro centro de Saltillo. “Un día llegaron todos los raptores y me dieron una gran paliza”, relató Enrique en el mismo albergue.
Deshidratación, robos, violaciones, secuestros. En su camino hacia una “vida dorada”, los inmigrantes centroamericanos que cruzan México para llegar a EEUU se enfrentan a los cárteles de la droga, las maras (bandas de crimen organizado) o la policía corrupta. No es territorio para ingenuos ni confiados porque fiarse de la persona equivocada puede ser letal.
En ciudades como Tenosique y Tapachula, junto a la frontera guatemalteca, comienza el calvario. Los inmigrantes se arriesgan a ser secuestrados por los ‘narcos’. Los Zetas, grupo armado del Cártel del Golfo, los acechan allí para raptarlos y exigirles el pago de un rescate. “Les obligan a presenciar asesinatos para acelerar la entrega del dinero”, afirma a lainformacion.com Sandra Albicker, encargada de la Posada del Migrante de Saltillo.
En muchas ocasiones, estos nómadas son capturados gracias al engaño. “Me agarraron en el albergue de una mujer a la que apodan ‘La Madre’, que se hace pasar por religiosa para que caigamos”, aseguró en junio Nancy. En el mundo de la delincuencia, nadie es quien dice ser. Los coyotes, encargados de trasladarlos hasta la frontera con EEUU, siempre viven entre el negocio y el soborno –cobran entre 4.000 y 10.000 dólares-. Los narcos que se hacen pasar por coyotes o los coyotes que trabajan para los cárteles son el pan de cada día.
Estos ‘carceleros’ suelen trasladar a los inmigrantes a pisos francos. El precio de la libertad ronda los 3.000 dólares, que suele pagar la familia. Si sus seres queridos ya tienen una vida hecha y acomodada en EEUU, el pago del rescate resulta más accesible. Si aún viven en Guatemala, Honduras o El Salvador, vender propiedades es la única solución. “Como es lógico, por sus hijos o nietos hacen lo que sea”, remata Albicker.
Violación de menores
Los hombres soportan puñetazos y patadas constantes, las mujeres temen ser forzadas por sus captores. “Me gritaban que no las dejara: ‘Flaco, llévanos contigo, ayúdanos”. Enrique fue liberado por sus secuestradores mientras violaban a dos adolescentes hondureñas de 14 y 15 años. Mientras subía furtivamente en un tren de mercancías que lo llevaría al norte del país, escuchó varios disparos. “Yo creo que las mataron”, reconoce.
Como un mecanismo de tortura colectiva, algunos de los abusos se utilizan para minar la resistencia del grupo de personas retenidas. “Tomaron a una joven, la pusieron en el centro y comenzaron a desvestirla”. Así narra Jesús, salvadoreño, una de las situaciones más desagradables durante su secuestro, después de que un hombre armado lo abordara en la estación de autobuses de Reynosa, junto a la frontera con EEUU.
Trenes de la muerte
Los centroamericanos que se arman de valor e inician la travesía suelen utilizar los trenes de mercancías. Para evitar a maquinistas, guardias de seguridad y retenes militares, los inmigrantes se suben y bajan de los vagones aún en marcha. Torceduras, rotura de huesos, amputación de extremidades… son el cuadro médico que se suelen encontrar en estas casas de acogida.
“Estas personas van encadenando unos trenes con otros, es una peregrinación de muerte”, afirma la Hermana Leticia, de la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana. Chiapas, Tapachula y Tabasco, junto a Guatemala, son las regiones que mayor cantidad de inmigrantes concentran a la caza de mercancías. Una vez que llegan al estado de México, “la mayoría utilizan autobuses o coches para desplazarse”, afirma Sergio Lemus, del Grupo Beta en Matamoros, uno de los centros de ayuda del Instituto Nacional de Migración mexicano.
Entre las vías del tren, los inmigrantes ‘juegan’ al gato y el ratón con maquinistas y guardias de seguridad. Ellos venden miopía temporal a cambio de unos cuantos pesos. Así, nadie se arriesga a ser arrollado por las ruedas a causa de un resbalón. Si el soborno es escaso, caerán en manos de los narcos. Muchas veces los conductores los traicionan y las mafias los capturan en poblaciones como Palenque. De allí son trasladados a casas de seguridad en Coatzacoalcos, donde la penuria del rapto comienza de nuevo.
El Río Bravo en neumáticos de camión
Los últimos metros hacia “El Dorado” no son menos peligrosos pese a la cercanía de EEUU. Allí, como sucede junto a la frontera sur, la criminalidad organizada ‘caza’ inmigrantes. No hay momento para el descanso. Matamoros, Reynosa o Nuevo Laredo son ciudades complicadas para los ciudadanos centroamericanos, aunque “los delincuentes en el norte del país suelen concentrarse en otras formas de negocio”, afirma el Padre Francisco Pellizari, de la Casa del Migrante Nazareth de Nuevo Laredo.
Para llegar al vecino estadounidense, muchos se adentran en las traicioneras aguas del Río Bravo. Desesperados por tres meses de camino, algunos intentan llegar a nado al otro lado. “Muchos de ellos mueren en el intento”, asegura Lemus. Otros compran balsas neumáticas para ‘tocar’ su nuevo futuro. Más dinero por un sueño.
En los últimos diez años, ni Gobierno federal ni las autoridades locales han conseguido acabar con este problema. El descenso de la oferta de empleo en EEUU ha cortado el flujo de centroamericanos sin papeles en México. La crisis como un extraño ángel de la guarda.
El horror de los testimonios
Uno de los hombres empezó a molestarnos para abusar de nosotras. Entonces, uno de nuestros compañeros intentó defendernos, pero no pudo porque a él también lo violaron y después lo mataron a golpes. Él cayó al suelo muerto, sobre mis pies, mientras nos decía que por favor habláramos y dijéramos qué era lo que estaba pasando.
(Nancy M., salvadoreña. Secuestrada).
Me golpearon en la cabeza mientras violaban a las hondureñas. Seis violaron a una y los otros seis a la otra. Me dijeron que tenía diez segundos para irme, me fui corriendo, solamente escuchaba que me gritaban que no las dejara, me decían: “Flaco llévanos contigo, ayúdanos”.
(Enrique R., hondureño de 27 años).
Tomaron a una niña que tiene catorce años, la pusieron en el centro y la comenzaron a desvestir. Ella gritaba y les decía que no, porque apenas era una niña, pero a ellos eso no les importó. Comenzaron a abusar de ella.
(Jesús G., salvadoreño de 29 años. Raptado).
Yo escuché como uno de los coyotes hablaba por el celular y le decía a otro que le enviaba los que no le servían. A nosotros nos dijo lo del retén y nos bajamos antes. Ellos solamente nos dijeron que no les arruináramos el viaje, pues llevaban una gran mercancía; lo aseguraba por cinco brasileños y tres hindúes que iban en el tren.
(Sandro G., hondureño de 27 años. Secuestrado).
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