EL CUSCO, DE NOCHE. Amores tan fugaces como cosmopolitas, bailes erógenos y copas políglotas envuelven la vida nocturna de la capital del Ombligo del Mundo, casi tan legendaria como sus atractivos turísticos y su imponente pasado.
El Inka Trail comienza en el Fallen Angel, the Restaurant & The Guest House. Ubicado en la Plazoleta Nazarenas, el lugar ha sido decorado de excesivo barroco. El más sobrecargado sincretismo religioso. Allí, entre querubines, cruces talladas, colores potentes, cuadros de la escuela cusqueña y velas rojas, un inmenso ángel robótico, de color acero brillante, colgado en el centro del ambiente principal, reza con la cabeza agachada mientras extiende sus largas alas en la tierra donde nunca debió caer.
El fallen angel bendice a los parroquianos oriundos de múltiples latitudes que, debajo de él, transitan por el recinto. Parroquianos como Ian, Cheryl, André y Nikki, quienes buscan una mesa entre la grey, algo tímidos y tratando de aclimatarse al ambiente.
Los viajeros, recién llegados al Cusco, debían encontrarse con Mateo, su guía cusqueño, el que se encargaría, al día siguiente, de tutelar su caminata a la ciudadela de Machu Picchu.
Distance? 40 kilómetros, my friend. Days?, 4, señorita. Can we buy food on the road? Eso no importa, lo que importa es la experiencia. Life experience to reach the sun, responde Mateo, mientras bebe adoptando una postura relajada, pero segura, expeliendo ese orgullo, ese abolengo de saberse descendiente de Los Incas. Nikki, quien no había hablado hasta entonces, se cambia de lugar para colocarse junto a su guía cusqueño.
Then, early morning route initiated? No, señorita, responde Mateo —los rasgos duros de su rostro intensificados por una luz turquesa— The Inka Trail acaba de iniciar.
MITOS Y MILENIOS
Nikki y Mateo caminan por la descendente y empedrada calle Tucumán, hacia La Plaza de Armas. La vía está oscura, pero igual Mateo le explica algo de la arquitectura colonial de las casas, le señala tiendas de comercio cerradas y la hace detenerse unos metros antes de bajar a La Catedral, para que observe las luces de la ciudad.
-Is this what you wanted to show me? Is beautiful
-Sí, es hermoso, pero no, no es esto. Nikki y Mateo ingresan a la plaza y voltean hacia la calle Suecia, hacia Mithology.
La discoteca es la barra. Es el epicentro. El vórtice, donde el bartender hace deslizar los vasos, copas y botellas sobre la madera barnizada, esquivando las piernas de mujeres y hombres que, desenfrenados, cantan y bailan mientras la multitud, allá abajo, en la pista, los admira.
-We should call my friends to come here?
-No es necesario, Nikki, yo les dije que íbamos a estar aquí, responde Mateo.
-¿Really?
-Sí, de verdad ¿Quieres bailar salsa?
Nikki y Mateo se abren paso entre cuerpos sudorosos y frenéticos. Él la guía, ella se deja guiar. Bailan como si se encontraran solos, sin dejar de mirarse a los ojos y de tocarse. De pronto, impulsado por una fuerza desconocida, Mateo se desteje de Nikki y la jala hacia el umbral de la puerta. Ambos abandonan el lugar.
ÁFRICA MÍA
-Do you not remember where you told my friends that we would be?
Nikki y Mateo caminan desorientados por la Plaza de Armas.
-Nikki, where have you been? ¡Rises immediately!, le gritan Ian, Cheryl y André desde la terraza de Mama Africa, esa institución de la bohemia cusqueña.
Al subir, incontables banderas de países en las esquinas y mesas del lugar, atiborrado de rayos láser y luces rosadas y amarillas. En el escenario, bailarinas intimidantes se contorsionan sobre tacos aguja mientras sus pocas ropas rojas arden en un fuego infernal.
Los amigos se abrazan y celebran con un brindis el estar nuevamente reunidos. Nikki y Mateo reanudan su baile mientras el resto se divierte a su alrededor.
Early morning walk in the sun, in the Inka Trail.
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