En jueves santo, mientras el Perú católico volvía su memoria a Cristo y a su sed de justicia, ocurrió un hecho que demuestra hasta qué punto las frases de exaltación y defensa de la libertad de expresión de ciertos periódicos resultan un monumento a la mentira. Dos periodistas importantes de Canal N –de propiedad de la familia Miró Quesada– han sido despedidos por no acatar la orden de alabar sin tregua a Keiko Fujimori y vilipendiar sin pausas a Ollanta Humala.
Las víctimas son Patricia Montero, productora general del canal, y José Jara, jefe de informaciones y productor del noticiero “De 6 a 9”.
El Comercio fue en sus inicios un diario independiente que vivía sólo del negocio periodístico; pero en los últimos años la familia propietaria ha ampliado su red de intereses, en áreas que nada tienen que ver con el periodismo. Aparte de poseer el diario Perú 21, Canal N y América Televisión, sus directivos están vinculados con empresas de construcción y hasta con la aviación comercial extranjera. Sus puentes con el gran capital de Chile le brindan amplio avisaje, además de utilidades exorbitantes.
El apoyo a la señora Fujimori revela que el cotidiano está volviendo a las andadas de los años treinta, cuando fomentó y aplaudió a un régimen que vestía la camisa negra del fascismo y que estableció el reino de la persecución, las matanzas, la cárcel, la tortura y el destierro para los opositores, que eran principalmente apristas y comunistas.
Hace un par de días, Jaime de Althaus entrevistó a Rafael Rey, miembro conspicuo del grupo fascista Opus Dei, que fue el brazo derecho del dictador asesino Francisco Franco. Rey es portavoz político del Banco de Crédito, cuyo gran timonel es Dionisio Romero, mílite también del Opus Dei, al cual apoya y financia. En el programa aludido Rey se dedicó a despotricar contra Humala, sobre todo por estar rodeado de marxistas, según él. Su odio nos hizo recordar el grito histérico de Hitler: Tod dem Marxismus! (¡Muerte al marxismo!).
Los despidos en Canal N denotan la atmósfera de intolerancia, odio y mentira que se va instalando en los medios. Hace meses, mucho antes de las elecciones, un alumno de San Marcos, el más brillante en años, me confidenció: “Profesor, yo no tengo la menor simpatía por el comandante Humala; pero me choca que en el diario en que trabajo la orden sea desacreditar, con malas artes, a Humala”.
Es, pues, un cLima autoritario y represivo el que amenaza al periodismo peruano. No es que los periodistas despedidos fueran partidarios o simpatizantes de Humala. Lo que los dueños de El Comercio no podían soportar es que los dos periodistas optaran por la versión equilibrada, deseosos sin duda de ejercer un periodismo que sea la más noble de las profesiones, no el más vil de los oficios.
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