Por mucho que visite sus texturas y matices, por más que disfrute con ella, no alcanzo a descubrir por completo toda su belleza. He decidido disfrutar esta noche de viernes, otra vez, con esta amiga inmortal y, de paso, invito a los lectores de TecOb a hacer lo mismo en cualquier ocasión, como hoy, gracias a una sublime interpretación como esta de Herbert von Karajan.
Uno de los momentos históricos que me hubiera gustado vivir en primera persona tuvo lugar el 7 de mayo de 1824, en el Teatro de la Corte Imperial vienesa. Una gran orquesta trae al mundo por primera vez el sonido de una obra perenne, mientras su creador repasa mentalmente lo que las gentes que abarrotan el lugar están saboreando. Él no lo puede escuchar, hace tiempo que está completamente sordo, pero su obra vive y, cuando el finale se aleja entre ecos lejanos, el público se convierte en una masa embelesada que aplaude y grita ovaciones. El hombrecillo que, cual alquimista del sonido, acaba de cambiar el mundo, se encuentra estático, de espaldas al gentío, cansado. Uno de los músicos se levanta e invita a su maestro a girarse para que pueda contemplar la culminación de su obra en forma de rendida admiración de sus contemporáneos. Allí estaba Ludwig van Beethoven, sin oír nada más que el murmullo del silencio, sabiendo que la música no volvería a ser la misma a partir de ese día, en su última aparición pública.
He aquí, la Novena Sinfonía del sordo genial, insuperable…
Primera parte
Segunda parte
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