EL MAS PEQUEÑO... (gracias a innerpendejo)
De Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, san Cirilo de Alejandría fue un incansable y firme testigo.
Joseph Razinger
En el año 370 de nuestra era nacieron en Alejandría dos personas destinadas a ocupar un lugar en los libros de historia.
Eran tiempos convulsos. Un nuevo culto había aparecido. Se llamaban a si mismos cristianos y no se andaban con chiquitas. En Alejandría se multiplicaban los enfrentamientos entre esta nueva secta y el resto. En este clima de conflictos y tensión nacieron las dos personas de las que quiero hablar.
El sabio Teón llamó a su hija Hipatia, que significa la más grande. Y, desde luego, la niña hizo honor a su nombre. No sabemos quien es la madre de Hipatia pero se tienen bastantes datos sobre su padre. Además de por sus trabajos sobre el Almagesto de Ptolomeo y sobre las obras de Euclides, Teón pasó a la historia por ser el último director de la Biblioteca de Alejandría. En los pasillos y salas de este monumental almacén de conocimientos se crió la pequeña Hipatia, rodeada de las obras de los más importantes sabios de todos los tiempos. Con los años, Hipatia se convirtió en una experta en astronomía, historia, filosofía, matemáticas, etc. Estudió desde muy pequeña a Platón, a Aristóteles, a Demócrito y a muchos otros sabios y pensadores. Era una privilegiada pues la mayor parte de las obras que Hipatia devoraba únicamente se encontraban en Alejandría. La Biblioteca se había convertido en una especie de Arca de Noé del conocimiento humano que preservaba los últimos rollos existentes de un gran número de obras maestras de la literatura y de avanzados tratados científicos (como por ejemplo, las obras completas de Demócrito) Y todos estaban a disposición de Hipatia. La magnífica Biblioteca hizo que los sabios de todo el mundo se viesen atraídos hacia Alejandría. Filósofos de todas las ramas llegaban a la ciudad a estudiar obras que no encontrarían en ningún otro sitio o a intercambiar opiniones con otros sabios. Se fundaban escuelas en las que se enseñaban todas las materias en las que se dividía el conocimiento humano. En los foros públicos y en las tabernas se iniciaban encendidos debates matemáticos o filosóficos. Pronto Hipatia se convirtió en una experta en multitud de campos, superando en conocimientos a su padre. En su propia casa fundó una escuela donde enseñaba la filosofía de Platón y Aristoteles. Precisamente a través de las cartas de uno de sus discípulos, Sinesio, es como ha llegado hasta nuestros días la mayor parte de lo que sabemos sobre Hipatia. Al parecer sus alumnos la adoraban; se formaban auténticas multitudes cuando salía de su casa y la gente la seguía por la calle mientras le formulaban preguntas o le planteaban nuevos temas de discusión. De ella se decía que su belleza y su encanto eran comparables a su inteligencia. Tenía infinidad de pretendientes pero nunca se casó ni mantuvo relaciones duraderas; prefirió dedicar su tiempo por entero a la enseñanza y el estudio. Haber sido alumno de Hipatia era el equivalente a tener un título en Oxford o Stanford hoy en día. Hipatia hizo honor al nombre que su padre decidió ponerle. La más grande era, sin duda, una forma perfecta de definir a la filósofa alejandrina. Para desgracia de Hipatia en Alejandría vivían también personas muy, muy pequeñas. Una de estas personas fue Teófilo. En el 380, cuando la filósofa tenía diez años, ese nuevo culto que tanto revuelo armaba fue convertido en religión oficial del Imperio. Desde ese momento los ataques contra herejes y paganos se multiplicaron. Ahora que eran una Religión de Estado los cristianos se vieron con las manos libres para hacer lo que les viniera en gana. Teófilo era el Patriarca de Alejandría y como tal disponía de un poder casi tan grande como el Patriarca de Roma. El volumen de comercio que pasaba a través de la ciudad era inmenso y Teófilo así como otros peces gordos del Patriarcado se llevaban una suculenta tajada del pastel. Pronto, los templos y estatuas cristianos, a cada cual más impresionante y caro, comenzaron a llenar Alejandría. Pero a Teófilo no le bastaba con construir, lo que de verdad le interesaba era destruir. Todos los templos que no fueran cristianos debían ser derribados o quemados para ser sustituidos por monumentos propios de la nueva religión. Y esto incluía la Biblioteca. En el 390, cuando Hipatia tenía veinte años, Teófilo ordenó que la Biblioteca fuera demolida hasta los cimientos, incluido el Serapeum (un anexo donde se guardaban gran parte de los volúmenes) y en su lugar se alzó un templo dedicado a San Juan Bautista. (Una pequeña parte del contenido pudo ser puesto a salvo, pero poco importó. Lo que unos fundamentalistas iniciaron, otros se encargaron de terminar. Los árabes redujeron a cenizas siglos después cualquier volumen que hubiera podido escapar a Teófilo) No hay documento alguno que nos hable de la reacción de Hipatia ante este hecho. Pero no cuesta mucho imaginar lo que significó para ella. Hipatia, literalmente, había crecido entre aquellos muros, rodeada de pergaminos. Ella, más que nadie, era consciente de todo el saber acumulado en las innumerables estanterías. Y, sobretodo, sabía que de la mayoría de los textos más importantes no se conservaban otras copias. Obras de teatro de los clásicos griegos, tratados filosóficos, estudios sobre astronomía o matemáticas... Había libros de Euclides, Aristarco de Samos, Sófocles (¡mas de 100 obras de Sófocles destruidas!), Esquilo, Eurípides... Todo se perdió para siempre. He dicho que iba a hablar de dos personas que nacieron el mismo año y hasta ahora solo lo he hecho de Hipatia. En el 370 también nació Cirilo y, como Hipatia, también tenía un familiar ilustre: su tío. Pero Cirilo no significa el más grande. De hecho, este Cirilo es otro de esos hombres pequeños. Bien podría haberse llamado el más pequeño. Su tío no era otro que Teófilo, el que se encargó de destruir siglos de nuestro pasado cultural en una tarde. El comportamiento estúpido y el odio al conocimiento debían ser algún tipo de tradición familiar ya que Cirilo pronto hizo méritos para ponerse a la altura de su tío. Mientras Hipatia se empapaba del saber humano en la Biblioteca, Cirilo prefería otras formas de cultivarse. Se retiró a un monasterio en el desierto para meditar y dedicarse a la vida contemplativa en compañía de unos monjes. (Nota: Meditación y vida contemplativa es el termino religioso para lo que en lenguaje laico se denomina tocarse los huevos o no dar palo al agua) Aunque sería injusto afirmar que Cirilo descuidó su formación. También dedicó parte de su tiempo al estudio de los libros. Bueno, realmente prefirió especializarse al máximo y se concentró en el estudio de un solo libro. Mientras Hipatia escribía sus comentarios a la Aritmética de Diofanto o elaboraba su Canon astronómico, Cirilo no permanecía ocioso. Escribió sesudos tratados sobre la divinidad o no divinidad de Cristo, estudió durante años los entresijos de la Trinidad y fue una auténtica autoridad en el tema de la virginidad de la Virgen, valga la blasfema redundancia. Cuestiones, todas estas, de vital importancia para el avance humano y que, sin duda, mantenían en vilo a todo el mundo. Hipatia se ganó todo lo que tenía. Tanto su intelecto como su humanidad atraían a gente de todos los lugares. Su Academia era la más respetada y sus alumnos los mejor formados. Cirilo también se ganó el puesto de Patriarca de Alejandría pero lo hizo de una forma digna de Tony Soprano. En el Concilio de Éfeso se quitó de encima a su rival, Nestorio, abriendo la sesión antes de que los obispos rivales se presentasen por lo que tan solo participaron los de su bando. Como Hipatia, Cirilo también iba siempre rodeado de gente. En concreto de 500 monjes que se había traído del desierto y que, más que por su piedad, destacaban por sus habilidades en el combate. Era una especie de guardia personal de élite. Uno de los capitanes de este grupo era Pedro el lector (lector de un sólo libro, no podía ser de otro modo) Los 500 de Cirilo pronto empezaron a limpiar la ciudad de todo lo que oliera a pagano o judío. La mayoría de no cristianos acabaron abandonando la ciudad o convirtiéndose ya que no hacerlo suponía arriesgarse a pedradas, linchamientos, destrucción de negocios o, simplemente, desaparecer en plena noche. Hipatia, ignorando el consejo de sus amigos, nunca abrazó el cristianismo. El prefecto imperial solicitó a Roma que Cirilo fuera desterrado por sus crímenes pero sus quejas fueron ignoradas. De hecho, lo único que consiguió fue que la espiral de violencia aumentara. Uno de los monjes de Cirilo descalabró al prefecto de una pedrada y éste lo mandó ejecutar. En respuesta, Cirilo otorgó honores de mártir al monje ejecutado y le dio sepultura en una iglesia. Era toda una declaración de guerra. Cirilo había dejado bien claro quien mandaba y cuales eran sus métodos pero nadie esperaba el siguiente golpe. Un día, en el año 415, un grupo de monjes de Cirilo al mando de Pedro el lector asaltó el carro de Hipatia y la sacaron a rastras. La desnudaron y, tras atarla a la parte trasera del carro, la arrastraron hasta la catedral. Allí le arrancaron la piel usando conchas y la dejaron morir desangrada sobre el suelo del templo. Una vez muerta quemaron su cadáver y diseminaron sus restos. Hipatia y su historia fueron olvidados casi por completo. Durante mas de mil años apenas es nombrada en un par de volúmenes. Hasta que su figura no fue rescatada y revindicada durante la Ilustración Hipatia no fue más que una nota a pie de página. Cirilo fue santificado. Actualmente se le considera doctor de la Iglesia y es venerado tanto por católicos como por ortodoxos y anglicanos. Todas sus obras son consideradas de suma importancia. Por si a alguien le interesa, su fiesta es el 27 de junio.
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