Alta, enfundada en un traje de chaqueta, camisa blanca y pañuelo anudado alrededor del cuello, Sonia Pierre da cierta impresión de lejanía, de cansancio. Parece superada por los numerosos reconocimientos que ha recibido en los últimos tiempos y por la maratónica agenda que la ha traído fugazmente a Madrid. El más importante de estos reconocimientos se lo entregaron en marzo Michelle Obama y Hillary Clinton. El premio “Mujer Coraje”.
“Se agradecen los premios internacionales”, confiesa Sonia, que ya en 2006 recibió el prestigioso galardón Robert F. Kennedy de Derechos Humanos, y cuyo nombre ahora suena para el nobel de la Paz. “Pero lo que más me gustaría es ser reconocida en la República Dominicana. Eso querría decir que avanzamos en nuestra causa”.
Del encuentro con la primera dama y la Secretaria de Estado de EEUU, resalta unas palabras que Michelle Obama dedicó a un grupo de muchachas que había asistido al acto de entrega del premio: “Si Sonia Pierre pudo protestar y exigir mejores condiciones para los trabajadores inmigrantes a la edad de 13 años, un hecho por el que fue arrestada, entonces ninguna de ustedes es demasiado joven para hacer una diferencia”.
Génesis del compromiso
Una vez que comenzamos la entrevista, grabada para RNE, la presidenta del Movimiento de Mujeres Dominico – Haitianas (MUDHA) deja atrás el cansancio, el aturdimiento provocado por la sucesión de aviones que ha tomado en esta semana, y se entrega a una conversación honda, franca y sosegada. Una conversación que la lleva a recordar aquellos tiempos pretéritos, de iniciación en la pugna por los Derechos Humanos, mencionados por Michelle Obama.
“Cuando era niña casi nunca salíamos del batey para ir al pueblo. Un día fui a la casa de un niño y vi por primera vez un baño. Esas diferencias que iba descubriendo ya me inquietaban desde pequeña. Para poder tener libros, tenía que hacerle los deberes a la hija del mayordomo, que era un líder del batey. Tampoco me gustaba ver que los braseros recién llegados tenía que dormir en los corrales; ni la situación de la mujer, que era una propiedad del hombre. Con el paso de los años me dije que no podía ser cómplice de mi propia explotación”.
El batey es una infravivienda ligada tradicionalmente al cultivo y recolección de la caña de azúcar. El 80% de sus habitantes malviven en la pobreza extrema. Se trata en su mayoría de afrodescendientes: inmigrantes llegados de Haití para realizar esta durísima y mal pagada labor en República Dominicana, o dominicanos de ascendencia haitiana. Dos documentales dan cuenta de la realidad de estos asentamientos: El precio del azúcar, de Bill Haney, y Los niños del azúcar, de Amy Serrano. Se estima que hay más de 400 bateyes en el país.
El posterior trabajo de Sonia Pierre a favor de los bateyes – programas de salud, de educación, defensa de los derechos humanos y asistencia legal – le trajo consecuencias sumamente negativas, como veremos en una próxima entrada del blog. A través de argucias legales se la intentó privar de la nacionalidad dominicana, de la que goza por haber nacido en esa tierra, por el ius soli, y expulsarla así de su propio país. Un atropello moral y legal, una flagrante vulneración de derechos fundamentales, que hoy están sufriendo también miles de dominicanos cuyos padres llegaron desde Haití a manos de una dirigencia política que no se ruboriza al prometer dureza contra lo que llaman el “problema haitiano”.
Foto: Sonia Pierre en Casa de América (HZ)
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