Una estatua de un famoso amante, en Paris. Articulo sobre un amante mas alla de la muerte.
Una estatua de un famoso amante, en Paris.
Cuando uno muere suele tener una erección post mortem, ya de nada nos sirve, pero suele pasar. Puedes padecer de impotencia penitente pero, la sensual muerte nos roza con sus dedos fríos y mórbidamente delicados, pálidos y ligeros, el último aliento y el último latido, sangre subiéndonos precipitadamente y llegando para inflamar nuestra hombría.
Victor Noir además, era conocido por las féminas que los disfrutaron por su, digámoslo poéticamente, prodigioso cuerno de unicornio.
Victor Noir (1848-1870)
Joven e intrépido periodista y escritor poco conocido, soñador y gran amante, vivió buscando la eternidad pero murió muy joven, era redactor de una publicación anti bonapartista del diario La Marseillaise (Napoleón era Emperador absoluto y meterse contra él era cosa de locos). El joven periodista fue un día a buscar a un primo de Napoleón III, llevándole una carta de su redactor jefe (En pelea con este Bonaparte, prepotente y de mal carácter) el Bonaparte se ofuscó al leerla y, de forma brutal y estúpida, mató al mensajero.
Un hombre demasiado joven y hermoso para morir por las balas de un imbécil engreído. Tenía la virilidad de un caballo, la pasión de un eros y, muerto en una calle de Paris, cientos de mujeres que lo amaron y que lo quisieron amar, llorándolo, lamentado que alguien así muera tan pronto.
Noir fue enterrado en el cementerio de Neuilly, una larga fila de mujeres de diferentes edades seguían la carroza fúnebre, llorando al hombre que estaba allí injustamente frio. Allí descanso, pero su leyenda ya empezaba a germinar. Lo trasladaron al famoso cementerio Père Lachaise, Ese joven periodista anónimo, asesinado por un representante de lo que combatía con su prosa, ya era famoso en toda el país.
Se le había preparado una sepultura de honor, el jovenzuelo recibía las flores de la fama cuando ya no podía disfrutarlo. La estatua fue encomendada al escultor Amédée-Jules Dalou, este quiso mostrarlo de la manera más realista posible, para que todo el mundo viera lo brutal de la muerte injusta de un hombre joven, en su extremo realismo la escultura quedo tal y como quedó el periodista en el momento justo de su muerte: tumbado boca arriba, la ropa desordenada y el rostro tranquilo del que muere de manera inesperada, sin saberlo, y, con una realmente notoria (Aun estando bajo la tela de paño del pantalón) erección post mortem.
Le faltaba poco para consumar su boda, su joven pareja lloraba desconsolada, las flores caen sobre la estatua, se leían discursos y la llama de la revolución empezaba a crecer ante la muerte de un joven intelectual muerto por un familiar del Tirano. Pero su fama no vendría de sus pocos escritos, de su asesinato o de su lucha intelectual contra el sistema, vendría de su fama de amante, de esas cientos de mujeres llorándole en su entierro, que dejaban flores en su tumba.
Quizás fueron esas mujeres las que extendieron la idea de que, Victor Noir, aunque muerto, aun seguía viril y poderoso, que la traviesa muerta no pudo matar su forma de amar a una mujer, que ella misma fue seducida por él y, que su escultura mortuoria, daba fertilidad y completa felicidad intima a la que tocara, besara, frotara o se sobara sensualmente sobre él.
Han pasados ya más de 100 años desde el asesinato de un joven en alguna calle en Paris, el bronce de la estatua muestra el tono oscuro que dan los años y el tiempo, pero, la zona de la bragueta brilla como el oro de tanto y tan continuado rozamiento, miles de mujeres de Francia y de todo el mundo llegan al cementerio, lo buscan, se suben sobre él, lo soban, le dejan flores. Este escandaloso comportamiento en un campo santo ha hecho que le pongan rejas (Que las mujeres saltan y burlan), han puesto policías (que son distraídos por las féminas para luego, saltar las rejas).
Un hombre que fue amado y deseado por las mujeres, un buen amante, recordado y amado y que, aun las satisface después de muerto.
Esto es real, sería un hermoso cuento, pero, es real.
L. J. Torres
Enero 2013.
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